En Ecuador, el tablero político rara vez se inclina por programas; se inclina por lealtades. Y cuando la lealtad sustituye a la institucionalidad, la discrepancia se castiga.
La política ecuatoriana se parece cada vez menos a un tablero de ajedrez (a la vista, con reglas claras e instituciones fuertes) y más a una mesa de póker (decisiones ocultas, cartas tapadas): “gana” quien administra mejor sus piezas. Y, quién sabe cuándo las fichas ajenas cambiarán de dueño…
Hoy, los dos bloques dominantes exhiben síntomas distintos en un mismo momento político: en Revolución Ciudadana (RC5) la fisura es interna; en Acción Democrática Nacional (ADN), la bancada de mayoría (en la Asamblea) se perfila frágil, la misma que se había apuntalado con apoyo externo.
a) La sucesión pendiente en RC5: El correísmo nació como estructura de mando. Su fortaleza fue la cohesión; pero ahora su talón de Aquiles es la sucesión y la autonomía local. En RC5 la grieta se origina en el liderazgo fuerte, pero ausente y en una carencia de sucesión. Cuando el centro está lejos, el territorio quiere hablar; cuando el territorio quiere hablar, el centro sospecha y cuando sospecha se cierra.
Así, cuando el liderazgo centralista interpreta cualquier desviación como traición, la política territorial – prefecturas y alcaldías – se siente expuesta, castigada por hacer gestión y construir puentes. La desafiliación anunciada por Marcela Aguiñaga (3 de diciembre de 2025), tras su ruptura pública con Rafael Correa, es un determinante síntoma de que el “centralismo” no procesa disensos sin expulsión.
El efecto es la pérdida de vocerías creíbles fuera del núcleo duro y, aparición de “postcorreísmos” regionales que conservarán agenda social y participarán de sus electores.
Sin un puente – como el diálogo con otras autoridades o con la expulsión de figuras claves – la organización se encierra y achica.
b) Mayoría con cartas prestadas en ADN y la prueba del ejercicio: En ADN el asunto es distinto, pero igual de sensible y en el que el silencio también es un protagonista: pasar de movimiento electoral a partido de gobierno.
Gobernar fortalece, pero también desgasta. La bancada oficialista enfrenta la tentación de la verticalidad: confundir disciplina con silencio. Cuando la línea se impone sin deliberación y cuando la crítica es pecado, la disidencia puede volverse clandestina.
A esa presión se suma la reputación: un presunto tropiezo ético, real o percibido, funciona como cuña. No solo afecta la imagen del gobierno; también afecta confianzas internas y posibilita cálculos individuales.
En ADN no se ve – todavía – una fisura, sino una (ahora frágil) coalición que en su momento se consolidó con apoyos externos. El 14 de mayo de 2025, Niels Olsen fue elegido presidente de la Asamblea con 80 votos, y Reuters describió esa mayoría como “por ahora”: una mayoría prestada.
Las mayorías prestadas se sostienen mientras el costo político de abandonarlas sea mayor que el beneficio de mantenerse. El oficialismo se presenta desgastado tras la derrota plebiscitaria, inseguridad galopante, salud deficiente y frente a denuncias no suficientemente aclaradas.
Ante lo cual, probablemente los adheridos estén recalculando: quizás algunos tomen distancia para no cargar el desgaste; otros permanezcan, quizás intermitentemente, pero tal vez suban el “precio” del apoyo: agenda, territorio, cargos o presupuesto.
c) Causas comunes y efectos: Ambas circunstancias comparten tres causas: Uno: Personalismo, donde el desacuerdo se interpreta como traición. Dos: Candidaturas construidas para ganar, no para gobernar. Tres: Incentivos legislativos que premian cercanía al mando de turno, más que la coherencia.
Las repercusiones se sentirán en una Asamblea lenta y con peajes, caracterizada por más transacción política junto con menos previsibilidad.
Así, para el oficialismo, una fisura en ADN dificulta cada voto y empuja a negociar a la defensiva.
Para RC5, una grieta sostenida diluye su rol de contrapeso y erosiona su capacidad de ordenar el campo opositor; sin perjuicio de ver alejarse, aún más, la anhelada impunidad.
Para el país, el efecto es corrosivo: crece la idea de que todo es bando y nada es proyecto; por ende el afectado seguirá siendo el ciudadano y la institucionalidad.
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